Yo pasé la primer semana deambulando entre la cocina y las recámaras, cantando: ...blackbird singing in the dead of night... cambiandolo todo de lugar y decorando con las pocas cosas que nos llevamos por considerarlas especiales. La fotografía de nuestra boda pasó de la mesita de la sala al techo del refrigerador, luego a mi nuevo escritorio y para cuando acabó en la repisa del baño, Damián ya tenía un ataque de risa por mi manía de moverlo todo.
Casi no salíamos de la casa esos primeros días. Era un poco contradictorio ya que habíamos tomado la decisión de mudarnos para estar en mayor contacto con la naturaleza. Yo había planeado iniciar un proyecto de dibujo en el que copiaría árboles, plantas y hierbas para mis diseños y Damián no hablaba más que de subir la montaña más cercana llevando consigo su clarinete; pero la casa nos tenía muy ocupados, principalmente la cocina (las labores de cocinar) y el sexo.
Hicimos el amor por toda la casa; estábamos muy cachondos y todos los espacios nos parecían perfectos para la ocasión. En la cocina, nos invadía un suave aroma a limas y hierbabuena; en la recámara, a jazmín y canela. Estas ráfagas de aromas nos fascinaban, y a mí en particular me intrigában cada vez más. ¿Porqué sucedía sólo mientras hacíamos el amor y justo en los momentos climáticos? Poco a poco me dí cuenta de que en Damián tenían un efecto tan seductor que cada vez que sucedía, parecía desprenderse de este mundo para entrar en una especie de "reino del placer" del que yo no terminaba de tomar parte.
Cuando hablamos al respecto, Damián me dijo que estaba seguro de que era yo quien despedía esos olores y me miró con los ojos más enamorados que yo le haya visto. Yo sabía que el olor provenía de una fuente externa, pero me sentía a gusto con el divertido fenómeno y nunca contradije su bellos halagos. Hasta que, la noche del quinto día, mientras gozaba conmigo, Damián exclamó de repente:
-Mmmm! Hueles a canela!-
Al momento el olor me invadió hasta el cerebro, y de ahí fue tocando como una ráfaga, cada una de mis células. Bajó por la espina hasta la punta de mis pies.
Entonces, mi cuerpo se puso helado, presa de un pánico inexplicable. No pude moverme. Quería pedirle a Damián que se detuviera de inmediato, prender la luz y convencerme de que no había nadie más en la habitación. Sentía que algo como un viento frío nos miraba, nos olfateaba y lo rondaba todo, impregnándolo de su propio aroma. Sentí cómo rozaba mis piernas con su tacto helado. Damián estaba encarrerado, jadeante y al poco rato terminó dentro de mí, mientras yo a penas y alcanzaba a bocetear unos breves sollozos que seguramente no le parecieron llanto, sino muestras de placer.
No dije nada. Me quedé inmóvil un rato y el olor se dispersó. Mientras tanto, Damián se quedó completamente dormido. Sonó el teléfono y no tuve la fuerza para levantarme, o simplemente no quise levantarme. Acababa de suceder algo muy extraño, parecía como si estuviera perdiendo la razón: asustada de mi propio amante, estábamos haciendo el amor y ahora me sentía violada. El teléfono seguía sonando... ¿o no?
A los pocos minutos me dí cuenta: lo que había estado escuchando era el sonido lejano, de una cigarra. Chric, sonaba, chric, más agudo, chric, y chocante, chric, y al siguiente, chric, segundo, chric, y otra vez, chric.
El ruido me hipnotizaba, era molesto, pero finalmente caí dormida. Entre sueños vi las enormes fauces de una horrible cigarra. Sus ojos muertos de mosca me miraban sin mirarme porque yo ya no estaba ahí. Ella estaba sola en su reino de chillidos, bien sentada en el mejor de los asientos de detrás del refrijerador, se aprovechaba de que yo dormía y de que mi esposo no se daba cuenta de que algo nos invadía lentamente. Algo sutil como el humo, se estaba riendo de mi y me decía:
-Es conmigo, chric, con quien goza, chric...