7/23/2008

Casa nueva

A principios del verano, nos mudamos a un pequeño pueblo en las afueras de la ciudad, pensando que podríamos trabajar en casa y reducir los gastos que implica vivir en el DF. La casa era maravillosa: olor a madera, amplia, colores alegres por doquier. Pertenecía a una vieja amiga de Damián, una artista visual retirada que ahora se dedicaba a viajar por el mundo entre exposiciones e invitaciones de sus amigos del medio.

Yo pasé la primer semana deambulando entre la cocina y las recámaras, cantando: ...blackbird singing in the dead of night... cambiandolo todo de lugar y decorando con las pocas cosas que nos llevamos por considerarlas especiales. La fotografía de nuestra boda pasó de la mesita de la sala al techo del refrigerador, luego a mi nuevo escritorio y para cuando acabó en la repisa del baño, Damián ya tenía un ataque de risa por mi manía de moverlo todo.

Casi no salíamos de la casa esos primeros días. Era un poco contradictorio ya que habíamos tomado la decisión de mudarnos para estar en mayor contacto con la naturaleza. Yo había planeado iniciar un proyecto de dibujo en el que copiaría árboles, plantas y hierbas para mis diseños y Damián no hablaba más que de subir la montaña más cercana llevando consigo su clarinete; pero la casa nos tenía muy ocupados, principalmente la cocina (las labores de cocinar) y el sexo.

Hicimos el amor por toda la casa; estábamos muy cachondos y todos los espacios nos parecían perfectos para la ocasión. En la cocina, nos invadía un suave aroma a limas y hierbabuena; en la recámara, a jazmín y canela. Estas ráfagas de aromas nos fascinaban, y a mí en particular me intrigában cada vez más. ¿Porqué sucedía sólo mientras hacíamos el amor y justo en los momentos climáticos? Poco a poco me dí cuenta de que en Damián tenían un efecto tan seductor que cada vez que sucedía, parecía desprenderse de este mundo para entrar en una especie de "reino del placer" del que yo no terminaba de tomar parte.

Cuando hablamos al respecto, Damián me dijo que estaba seguro de que era yo quien despedía esos olores y me miró con los ojos más enamorados que yo le haya visto. Yo sabía que el olor provenía de una fuente externa, pero me sentía a gusto con el divertido fenómeno y nunca contradije su bellos halagos. Hasta que, la noche del quinto día, mientras gozaba conmigo, Damián exclamó de repente:

-Mmmm! Hueles a canela!-

Al momento el olor me invadió hasta el cerebro, y de ahí fue tocando como una ráfaga, cada una de mis células. Bajó por la espina hasta la punta de mis pies.
Entonces, mi cuerpo se puso helado, presa de un pánico inexplicable. No pude moverme. Quería pedirle a Damián que se detuviera de inmediato, prender la luz y convencerme de que no había nadie más en la habitación. Sentía que algo como un viento frío nos miraba, nos olfateaba y lo rondaba todo, impregnándolo de su propio aroma. Sentí cómo rozaba mis piernas con su tacto helado. Damián estaba encarrerado, jadeante y al poco rato terminó dentro de mí, mientras yo a penas y alcanzaba a bocetear unos breves sollozos que seguramente no le parecieron llanto, sino muestras de placer.

No dije nada. Me quedé inmóvil un rato y el olor se dispersó. Mientras tanto, Damián se quedó completamente dormido. Sonó el teléfono y no tuve la fuerza para levantarme, o simplemente no quise levantarme. Acababa de suceder algo muy extraño, parecía como si estuviera perdiendo la razón: asustada de mi propio amante, estábamos haciendo el amor y ahora me sentía violada. El teléfono seguía sonando... ¿o no?
A los pocos minutos me dí cuenta: lo que había estado escuchando era el sonido lejano, de una cigarra. Chric, sonaba, chric, más agudo, chric, y chocante, chric, y al siguiente, chric, segundo, chric, y otra vez, chric.

El ruido me hipnotizaba, era molesto, pero finalmente caí dormida. Entre sueños vi las enormes fauces de una horrible cigarra. Sus ojos muertos de mosca me miraban sin mirarme porque yo ya no estaba ahí. Ella estaba sola en su reino de chillidos, bien sentada en el mejor de los asientos de detrás del refrijerador, se aprovechaba de que yo dormía y de que mi esposo no se daba cuenta de que algo nos invadía lentamente. Algo sutil como el humo, se estaba riendo de mi y me decía:

-Es conmigo, chric, con quien goza, chric...

7/20/2008

Ven por mi

Ven por mi, ¿qué esperas? ¿qué hay de malo en que yo esté aquí por ti? Dices que porque no lo hago por convicción, y ¿qué si mi convicción eres tú? Llévame en brazos a nuestra cama y te daré los besos más tiernos. Sé que ahora estamos enojados, pero sería tan fácil… Háblame con palabras dulces, explícame eso que no sé sin rabia, no es conmigo con quien tienes que luchar
……y siempre tendrás en mi a una aliada.

Tiemblo

Tiemblo, sí, pero no tengo frío. Tiemblo, sí, pero no, no tengo miedo. Tiemblo para no caer; soy una equilibrista. Voy sobre la línea más delgada que existe, la más incómoda, pero la única en la que creo. Mi corazón no dejará de latir agitado, no perderá esta tensión milagrosa que es la más bella.

Ese beso que no se dio fue de despedida

Recetar música para alegrar el alma. La muerte por beso... Mago melancólico: el mejor de los estados para la contemplación divina

Los últimos dos renglones no pretenden ser un título de nada. Se han puesto por separado y con negritas únicamente por su belleza. No aluden particularmente a nada ya que cuentan con la flexibilidad de la poesía que siempre deja sus puertas abiertas... No obstante, su procedencia no es nada abstracta, ni desconocida. Ni gratuita. Cuentan con fecha y hora de nacimiento. Se dieron a la vida durante una clase de filosofía del Renacimiento y fueron registradas –cuidadosamente- en un cuaderno de rayas y, particularmente, en un pequeño recuadro destinado a conservar las más bellas palabras.
El orador de las mismas nunca conoció bien a bien la larga batalla que despertó al interior de dos conciencias que lo escuchaban. Y para ser más exactos, solamente una de ellas pudo conocerla, ya que la conciencia siempre es una y no puede asegurar la comunión interpretativa del momento para el otro. Es por ello, y para no dar por echo que todas las conciencias giran alrededor de la propia y para que la escritora no tome el ilusorio papel de omnisciente, aquí se narrará únicamente lo concerniente a esta conciencia una. La conciencia del cuaderno de rayas, que encerraba las dichas frases –en el dicho recuadro- mientras se platicaba:
-La muerte por beso... Dice cosas bellas. Conforme pasan los días se relaja más y luce más seguro, más inteligente. ¡Qué bueno que estoy tomando el curso!.. ¡Jm! Si no lo hiciera no podría verlo casi nunca. Me parece injusto dado que tengo también tantas cosas que hacer... terminar mañana mi tesis por ejemplo (este punto quedó registrado en el cuaderno con la palabra tesis rodeada por un círculo varias veces remarcado como formando alrededor una flor.) Además tengo la sensación de que le da un poco igual que yo esté aquí o no...
En el cuaderno de rayas se vio aparecer un dibujo, con trazos firmes, pero contenedores del enojo que sienten aquellos que consideran que se les ha cometido una injusticia. Se trataba de un torso de mujer, -sin cabeza, sin caderas, sin piernas- rodeado por un par de brazos más fuertes, como de hombre. Sólo eso, un torso anónimo, un abrazo aún más anónimo.
Alguna vez escuché que –en psicoanálisis- quien dibuja generalmente se proyecta a sí mismo, de manera que, todo dibujo humano resulta una suerte de autorretrato del dibujante; no obstante, en esta ocasión, ningún piadoso de Freud tendría que venir a corroborar la sospechada proyección, ya que la vestimenta de la dibujante, -con plena conciencia del acto- concordaba con la del dibujo.
El cuaderno de rayas lucía enigmático con su torso abrazado. La dibujante quiso reducir aún más el dibujo. Obtener un ícono más perfecto, más oscuro y por ello más significante sólo para aquellos iniciados en el misterio. A continuación se vio aparecer en tres renglones y con un trazo mucho menos elaborado, un nuevo torso tan sólo formado por la camiseta del dibujo anterior para cuya representación no eran necesarias más de tres líneas curvas y tres líneas rectas. Al centro de la misma, la imagen del contorno de una mano, también bastante simple. Y a la izquierda de toda la composición, en una manuscrita bastante cursi, la palabra amor.
¿Qué fue lo que hizo a esta una conciencia trazar en su cuaderno de rayas, en ese justo momento y al interior del recuadro de las cosas bellas, tales dibujos? Seguramente fue su humor. No sé si será tomarme demasiadas libertades con los términos, pero en este momento entiendo el humor como algo en el ambiente que se refleja, o mejor dicho, espejo y reflejo de una sensación bien interna –de nuestra conciencia una, que es la que nos importa en este momento-. No olvidemos el resentimiento ante la injusticia que originó todo esto.
No hay acciones más bajas que las que son producidas por rencor y estos dibujos ñoños –si es que los autorretratos mutilados pueden serlo- son un ejemplo de ello. El rencor es capaz de tornar oscura la luz y de utilizar las bendiciones gratuitas para hacer daño, y este daño dibujado, en su iconicidad secreta, sólo alcanzó a dañar al dibujante. Ahora escuchemos aquello que resonaba en la conciencia una al momento de dibujar:
-Ángel, amor. Manera de exaltar el espíritu humano... sí, sí, sabes bien la teoría pero no tienes idea de lo duro que es llevarlo a cabo. Te das por vencido demasiado pronto. ¿Quién es tu ángel? ¿Tu amor? Estoy aquí por ti y parece que no te das cuenta. Pero ¿sabes? Hoy alguien, tan desconocido, tan gratuito, tan generoso, tan seguro de sí, puso su mano en mi pecho y con la mirada fija y serena pronunció la palabra amor. Ya no sé si tu seas capaz de algo semejante.

Me parece estar contando la historia más triste. La historia de cómo la conciencia a veces se equivoca y se labra su propio destino fatal. La única falta de serenidad y de escudo amoroso en el pecho sucedió en aquél cuaderno a rayas.

Pruebas

Mi corazón late muy fuerte. Me mal-viaja escucharlo. Sabía que no podría olvidar fácilmente y ahora entiendo que más bien tengo que perdonar. Esto que escribo, con el pecho agitado, a mitad de la noche y con dolor de cabeza, es mi versión posmoderna de una oración. Quiero aceptar... Perdonar. A ti, a mí, a ella.
Me es muy difícil, quiero entender y para ello reconstruyo los acontecimientos. Me digo: ¿Dónde estabas? ¿Cómo no lo viste venir? ¿Dónde estabas? Lo peor es que sí estaba ahí y que sí lo vi venir. Luego veo, además, que estaba un poco mal, enferma, atareada, estresada, en fin, necesitándote. Me hace sentir abandonada, usada, fea.
Ya lo hablamos y te creo. No te sientes bien al respecto, y me da la impresión de que sólo necesito saber eso para retomar el control. Me siento bien confortándote. ¡Pero hazlo tú también por mí COÑO! Estoy harta de que tengamos problemas y te entregues a otra mujer... Si quieres estar sólo en tu libertad malentendida dímelo..... HHHHHHHHAaaaaa ME LLEVA LA MIERDA!!!!!!!

...Te quiere porque ya eres lo que ella necesitaba.

Al otro día


Hoy me desperté sin nada de sueño, pero con el cuerpo agotadísimo, como si estuviera cruda, y con una ardor en la panza que me hizo bajar a buscar un yakult.
En general siento que mucho de lo que pensaba anoche tiene poca o nula importancia. Ya no quiero recordar. Me da la impresión de que a los seres humanos nos ha sido concedida esa especie de pausa que constituyen el dormir y el sueño, para que las ideas se sedimenten, caigan y se acomoden por su propio peso.. El problema es que utilizamos el resto del día en volver a agitar las aguas del pensamiento y para cuando es de noche, ya todo es turbio y caótico. Por la mañana todo es claro. Ya no quiero pensar... Hoy me declaro un impensante.

Cartas jamás entregadas

Estoy en la cama. Ya son las dos de la mañana y le sigo dando vueltas a todo lo que pasó este día que ya se fue. Estoy cansada, creo que pasé por todas las sensaciones posibles para un ser humano y ahora, reducida a un médium insensible, genero ideas para organizar mi cabeza y por lo tanto mi mundo.
No siento nada. Eso me recuerda el miedo que dices tenerle a la indiferencia, a vivir las cosas de una manera ligera, a llevártela fácil, a ser un turista de la vida. Creo que todos caemos en este estado apoltronado algunas veces. Se nos exige demasiado, siempre un poco más de lo que podemos dar. Es una puerta muy estrecha.
Me parece que hoy experimenté por primera vez los verdaderos celos... Sí, esos legendarios estremecimientos que han ocasionado guerras, muertes, infiernos. Me encontré manejando en la noche como una loca, con el ruido que ahora le ha dado por hacer a mi coche a todo lo que da y con la sensación de que su fuente era mi cabeza, mojada porque me salí de tu casa en media lluvia; repitiendo, a veces gritando: ¡pinche vieja! Como un leiv motiv from hell. No podía dejar de llorar.
Tampoco podía pensar muy bien, pero algunas ideas cruzaron mi mente – y creo que todas ellas eran una especie de castigo para ti- ¡no le voy a hablar! Y si me llama no le contesto... Me voy a quedar con Paulina y que no sepa dónde estoy. Ya no lo vuelvo a... no sé, no le importo, me dejó irme así y me cerró la puerta. Me voy a Metepec, sí, a huevo, es lo mejor. Nuestro amor ya no es el mismo y antes de que se apague por completo o de que me estrelle por manejar así... estoy muy estresada, tengo miedo... estoy sola.
Pensé que tal vez tú te sentías solo... pensé en lo valiente que fuiste al decirme lo que pasó y no quería juzgarte, ni que sintieras culpa y te terminé marcando para hacerte sentir mejor. Sí, para reconfortar a mi verdugo...
Ahora pienso en lo que dirían muchas mujeres de mi generación, que me tomarían por una pendeja. Hoy justamente participé en una plática donde se juzgaban este tipo de actitudes usando como referencia a las heroínas de Lars Von Tierre. No busco ser una de ellas, en realidad me molestan un poco, pero reconozco que hay en ellas algo bello y firme que me falta. Lo dan todo. Hasta la nostalgia que siempre implica el vaciarse, consiguiendo el desmayo último en el que ya no se espera nada a cambio.
Yo, al contrario, espero mucho. Siempre más, siempre más... en eso me parezco a ti... Aquí hay un hueco en mi razonamiento. Siento apenas el recuerdo de un enojo muy grande y un vago bienestar.
Sé que hice bien. Me siento bien porque te busqué para arreglar las cosas y porque gané una férrea batalla contra mí misma, e incluso contra las ganas de hacerte daño haciéndome daño. Pero aún tengo un cosquilleo en las entrañas. Quiero que no haya pasado, quiero que no haya pasado, quiero que no haya pasado, quiero que no haya pasado, quiero que no haya pasado, me hiere en mi más burda mezquindad. Por ahora actué noblemente, pero sé que no lo voy a olvidar durante un rato. Por eso tengo miedo de no poder pasar esta difícil prueba en los momentos tensos que sigan.
Me gustaría pedirte ayuda. Entonces te recordaría, -para ilustrarlo mejor y para asegurarme que te quedara bien claro-, la manera en que yo te platico sobre mis “coqueteos inocentes” y te tranquilizo haciéndote mi cómplice, siempre más cercano a mí en tanto que no te guardo ningún secreto. Claro que esto sería pensar como yo pienso y de alguna manera querer pensar por ti y, de nuevo, juzgarte. Finalmente no serviría de nada. No sería estéticamente bello como los rescates gratuitos a Plectrude de último momento. Ya lo sé..
Es sólo que quiero pensar que podemos hacerlo bello, dos personas que se quieren (sigo pensando que la compasión es la base del amor) deberían entenderse... No sólo intentarlo. La compasión siempre entiende.

¿Monogamia?


I know you love one person so why dont you love two?
Love two...
-Morrisey

Esto de la monogamia debe ser un invento bastante nuevo. Me recuerda a las leyes de la propiedad privada y en general al mundo de la sociedad de consumo. Sé que en las sociedades antiguas resultaba inconveniente para el grupo, quizá antirreligiosa (debo preguntarle a David si sabe algo al respecto) y que aún hoy se acepta que un solo hombre tenga varias esposas –aunque pensándolo mejor, eso es algo común y corriente-
Es raro... creo que no hay nada que disfrute más, que poder conectar con otra persona. Dejarme maravillar por su misterio, por sus ojos transparentes o por cómo se mueve la punta de su nariz mientras habla. O bien por su tono de voz o su volúmen, si está actuando o no, y sus palabras más usadas... Si se me permite acercarme aún más y me dan ganas, ambos nos quitamos esa coraza anti-personas nuevas, entonces se abre un infinito y descubrimos algo más... No me pasa muy a menudo, pero siempre que veo la oportunidad sigo adelante y sé que no la dejaría pasar por nada del mundo. Así es como he encontrado mis mejores amigos.
Esta amistad es una especie de enamoramiento, sobre todo al principio... y he de confesar que me es mucho más fácil conectar con los hombres porque siento que las mujeres “actúan” más ante otras mujeres. Quizá yo también lo hago. Sin embargo, sé muy bien que yo busco un amor bien monogámico, no sé muy bien por qué, sobre todo si me es más fácil enumerar lo que no me gusta de él que lo que sí me gusta.
Tal vez sea que quiero darle a mi vida una línea constante.. No ser una que divaga por todas partes, sino quien profundiza en una de las manifestaciones del misterio. Si esto es así, entonces he faltado a mi constancia al menos una vez. Amo a una persona, luego de haber amado a otra. La primera sigue siendo una presencia importante en mi vida, pero ahora la veo, no sin nostalgia, como un sonido que se aleja, del que recuerdo cada vez menos. De alguna manera, esa nostalgia por perderlo / dejarlo ir, me hace aferrarme a la fidelidad, a la constancia sobre todas las cosas; a no dejar que se extinga. A veces me paso y lo asfixio, lo sé. Pero este interés, esta decisión es nueva, no me arrepiento.
A veces pienso que Andrés –y su pérdida- fue un momento bello y necesario para poder sentir este amor constante, en cuyo caso el tiempo y el espacio determinarían buena parte... pero ¿de qué me sorprendo? Si siempre ha sido así.

4/27/2008

hoy estuve en el río


...hoy estuve en el río
me dejé arrastrar suavemente por la corriente.
...cerré los ojos, sentí, escuché, sonreí.

un animalito me rozába cuando me atorába en alguna rama.
Había música en mis oídos

Historias de dos que caminan


-Formo parte de algo, -no sé muy bien cómo llamarlo-, pero es extenso, inabarcable, cálido y a veces hostil. Lo sé porque comparto su sabiduría silenciosa y fértil. En ella te he sembrado, te he visto crecer...

Estas palabras jamás fueron pronunciadas, apenas llegaron a manifestarse en una sonrisilla chueca, -más larga de un lado que de otro-, y no tuvieron forma alguna, ni en la garganta, ni en la mente de quien, tan sólo con un cosquilleo en el estómago, las ensoñó.

La reacción del interlocutor fue similar. Sólo pudo ver un gesto tan indeterminado, expresivo pero vago, de algo que en su fuero interno conocía; algo que tendría que ser la definición misma de “familiar”, algo -tan claro e inexplicable- como aquella capacidad que tenemos de reconocer a nuestra propia madre sin poder recordar el momento en que la conocimos.

También sonrió. Pero él sonrió nerviosamente, sin poder sostener la mirada de su pareja por mucho rato. No por pena ni miedo, sino por un desbordamiento del cuerpo -demasiado cálido, demasiado grande, demasiado generoso- que le fue otorgado al nacer.

-Hemos llegado a un punto... -Estas palabras, tristemente, sí cumplieron su función fonética- en el que ya no hay manera de volver. Yo tenía ganas de correr y tú me seguiste, ahora que me has alcanzado no quiero correr más; y como los caminos se recorren para llegar a alguna parte, volver sería tomar una decisión absurda, nadie abandonaría su objetivo a cambio de su carencia... al menos yo no quiero... y por otro lado, seguir caminando adelante es también un poco tonto; ¡Ahhhh... se está tan bien aquí entre tus brazos!... y no sabemos si más allá algo nos separe o nos pierda... ¡Por favor!, ya no corras...

Me escuché decir con una sensación de no haber podido estructurar otra cosa, -más sabia por cierto-, que se me quedó atorado en la boca del estómago. Y justo mientras descubría los errores de mi fórmula enunciada, su falta de sinceridad, los miedos que la generaron, lo chantajista de su contenido... Me contestó:

-Está bien, no nos movamos. – y lo dijo con aquella característica que más amo de él, que por no poder nombrar de mejor manera, llamaré su buena fe, pero lo dijo haciendo un esfuerzo por controlar su avidez. Avidez de caída libre, de aire golpeándole el rostro, de velocidad y luces intermitentes.

Me hizo sentir decepcionada. ¿Porqué me sigues en la mentira? –Pensé- Mejor llévame a la verdad, soy una hija, una enamorada de la verdad. No alimentes mi ego dándome la razón cuando no la tengo. Seamos fieles, seamos valientes...

Tampoco lo dije.
Estuvimos ahí. Abrazados un rato, sin caminar y alejándonos de todo, de nosotros. Nos perdimos.

Llegó la aprensión, lo llamé, lo busqué en medio de la oscuridad, sólo me quedaban sombras del bosque en que nos amamos antes, el recuerdo de la ninfa que fui hace ya años... no se cuántos. ¡cómo me gustaba la miel! Y sin embargo, justo ahora, su olor omnipresente.
Mis ojos no pudieron acostumbrarse a la oscuridad durante largo rato, en el que opté por caminar sólo unos pasos, pero siempre volviendo al punto inicial por si acaso había vuelto a buscarme...

Poco a poco logré distinguir los objetos a mi alrededor, me parecieron bellos. Estaba tan cansada que ya no pude luchar contra las distracciones y perdí su rastro, su olor se fue... Caí al suelo, estaba húmedo y abollonado. Me llenó de paz su aroma de tierra mojada y la manera en que sus gotas de agua lograban reflejar la poca luz que, sin una fuente precisa, existía en el lugar. Dejé de pensar en él.

No sé por qué...
Volteé la cabeza.. Ahí estaba... de rodillas como un niño, analizando -con la expresión de un sesudo botánico- un solitario y maravilloso hongo.

Creo que sintió mi mirada, porque inmediatamente fijó su vista en mí y me saludó con la voz más sincera... yo ya no sentía dolor, de hecho –por un instante- me alegré de volver a verlo, pero luego recordé lo mal que lo pasé... no sé cómo... su sinceridad me pareció cínica.